¨No
sabemos dónde iremos, ni como llegaremos, pero el tiempo avanza y a cada minuto
sorpresas tenemos.¨
Sin
pensarlo, y sabiendo que consecuencias enfrentaría, emprendí un vuelo sin
fronteras hasta el infinito de los cielos. Hay momentos en que desearíamos
dejar todo y afrontar nuevos retos, queriendo conocer lo que se esconde detrás
del miedo; no necesitamos de mucho, más que simple voluntad y un mar de entusiasmo
para poder comenzar.
Este
viaje prometía ser el inicio de una aventura más, sin embargo las
circunstancias lo convirtieron en una desencadenada línea de tropiezos al
pasar, los cuales al final y sin preocuparme más, terminaron siendo como una
estrella fugaz.
Hay
lugares que por más cerca que estén, pueden parecer tan lejanos, pero la verdad
es que todo depende de la intensidad de anécdotas que puedas llegar a vivir. Mi
destino Máncora, el motivo ninguno en especial. En realidad desde hace mucho
tenía ganas de conocer, aquel lugar del que todos nunca paran de hablar,
comparándola con mi siempre pequeño paraíso terrenal, Montañita.
Aparecí
de repente sobre una máquina de latas, y sin mirar atrás el aparato empezó a
marchar. El viento melodioso arrullaba mis sentidos, mientras un mar de figuras
blancas en el cielo acrecentaba mis latidos, y es que observar la naturaleza
mientras recorres el camino, es como pisar otro mundo en el que todo es más tranquilo.
Desde
el humedal guayaquileño, hasta el solitario desierto del norteño suelo peruano,
solo 8 horas nos separaban, pero con cierto misterio, el amor a mi pequeño
terreno o por el cierto problema que algunos de sus habitantes tenemos, casi no
pude salir. Una traba en el registro de ciudadanía marcaba mi inexistencia como
ecuatoriano. Los nervios empezaron a llegar y la oscuridad me comenzaba a
agobiar.
Rogué
cual niño inquieto, por conocer lo que ya estaba descubierto, y aunque sin
plata y ya casi ni aliento, mi ansiedad no se perdía en el intento. Logré
pasar, logré entrar, a un mundo desierto que aunque por sangre sea el mismo al
que estoy acostumbrado, sus paisajes y parajes son distintos bajo el cielo.
Máncora
nos recibe con serenidad y una apacible paz, la cual pronto se convertiría en
una interesante noche de lenguas para dialogar. Stefan el alemán loco que había
pasado por casa días atrás, nos esperaba, y con toda normalidad y como si ya
conociera todo el lugar, nos llevó directamente hacía donde sería nuestro sitio
para soñar; un camping en medio de la nada, donde el sonido de los grillos eran
nuestro canto nocturno de fiesta.
Christian
el dueño del pequeño espacio, nos invitó a otro camping donde un montón de
extranjeros celebraban el cumpleaños de una delicada francesa; desde el
estruendoso cheeeee, hasta el agradable parcero, cientos de dialectos distintos
cruzaban sin sendero. Pastel, birra y buena compañía fue el recibimiento que
Mancora nos tenía.
A la
mañana siguiente, el sol resplandeciente nos invitaba a continuar disfrutando
de este paraíso en la costa del mar; recorrimos de norte a sur, de este a oeste
un pequeño pueblo que siempre se mostraba muy prudente. La playa lucía
esplendida, parecía lleno de cristales formados por los rayos del sol y frente
a ella un pelicano en pie de lucha, resguardando todo ese tesoro a las orillas
del mar.
Patty
la colombiana, Stefan el alemán, y yo el mono ecuatoriano, nos dedicamos a ser
artistas por un día, y miles de fotos sacar. Un día lleno de emociones y
sensaciones pues cuando llegó la hora de almorzar mucho tuvimos que improvisar,
cosas raras y deliciosas que en medio del hambre no nos pudimos negar
degustar.
Llegaba
la noche y una línea naranja incandescente se formaba al final del mar, diciéndonos
adiós este día está por terminar. Patty quien inesperadamente sin dinero se
quedó buscaba con optimismo un lugar donde trabajar.
Era
mi última noche y algo tranquilo era nuestro plan, sin mucho dinero y ganas de
pasarlo bien, una botella de pisco compramos para beber. Junto al mar y con el
sonido relajante de las olas, la noche transcurría y mi mente en agonía
transmitía la tristeza de dejar toda esa paz.
Fui
el primero en despertar, listo para la ruta de regreso poder enfrentar; los
chicos entre sueños sus mejores deseos me transmitieron y con gran melancolía y
ganas de no marchar, me despedí de todo lo en dos días viví en aquel lugar.
Mientras
volvía al fin pude conocer, la belleza de la naturaleza peruana, donde se
combinan áridas y cuarteadas montañas en
cuyo fin apenas empieza en el mar.
Fui el primero en despertar, listo para la ruta de regreso poder enfrentar; los chicos entre sueños sus mejores deseos me transmitieron y con gran melancolía y ganas de no marchar, me despedí de todo lo en dos días viví en aquel lugar.
Mientras volvía al fin pude conocer, la belleza de la naturaleza peruana, donde se combinan áridas y cuarteadas montañas en cuyo fin apenas empieza en el mar.
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