La ciudad de los cuatro ríos y patrimonio cultural de la humanidad, se
engalanó una vez más para celebrar su aniversario de independencia, y como ya
es costumbre nos abrió las puertas de su pintoresca arquitectura para disfrutar
nuevamente de sus fiestas.
Por tercer año consecutivo tuve la oportunidad de deleitarme en medio de
su cultura y extraordinarios paisajes que se perdían entre lo colosal de sus
montañas. Este vez el viaje tuvo un significado especial, pues asistí con un
nuevo grupo, el cual estaba integrado por dos amigas que no había visto desde
hace mucho, Rommy y Diana, además de mi “couch” Daniel, un argentino al que
acababa de conocer y que decidió unirse a la aventura.
Aunque llegamos casi a la media noche en medio de un frío perenne e
imponente, el ánimo afloraba sin importar el tiritar de nuestros dientes. “Pitty” nuestra anfitriona estrella nos
esperaba con toda la pinta lista para abrazar la noche fría y dejarnos llevar
por el camino del viento. Ni bien llegamos nos contagio aun más de energía y
nos llevó a recorrer las misteriosas calles de Cuenca, es busca de comida,
música y diversión.
Una vez que cenamos en la tradicional “Calle Larga” (lugar donde se
concentra toda la masa juvenil, viajera, bohemia y de todos los estilos que
puedas imaginar), nos dirigimos ahora si, en busca de fiesta. Cuenca tiene uno
de los Centros Históricos más lindos del Ecuador, y porque no decir, de
Sudamérica. No es excéntrico, si no más bien romántico. Sus calles angostas te
trasladan a la época de Colonia y te llevan a vivir ese trance entre la
modernidad y lo antiguo.
Llegamos finalmente a “Zoociedad” uno de mis bares favoritos, donde
converge una masa crítica y esta vez si, excéntrica de ciudadanos muy típicos
del lugar. Rockeros, cumbieros, salseros, de todos los estilos llegan hasta
este “antro”, donde la libertad de los sentidos parece ser el aura que lo
gobierna. Su infraestructura ni siquiera se asemeja a un bar, peor a un lugar
para bailar; una simple casa antigua, instaurada justo al final de una cuesta y
abrazada por la compañía del Río Tomebamba fue suficiente para crear un zona
totalmente fuera de onda, pero extremadamente buena.
Al siguiente día, un sol perpendicular nos despertó directamente con sus
rayos en nuestra cara, mi felicidad no podía ser más obvia –una ciudad de la
sierra con sol, es un paraíso-. Inmediatamente nos arreglamos para no perder un
solo momento del calor natural que durante la noche extrañamos, y nos pusimos
en marcha para desayunar.
Por el día Cuenca es aún más reluciente (siempre y cuando haya sol), así
que nos dispusimos a recorrerla. Visitamos algunas ferias artesanales, el
famoso puente roto, nos tiramos a descansar en el césped, consentidos por la
brisa templada que corría junto al caudal del Río Tomebamba, luego visitamos el
parque “Pumapungo”, un vestigio de ruinas arqueológicas levantadas cerca del
centro histórico.
Ya en nuestra última noche, volvimos a “Zoociedad” donde el ambiente
estaba mucho más prendido que el día anterior; bailamos sin parar durante casi
dos horas, hasta que de repente cortaron abruptamente la música, dando un final
tormentoso a nuestra adrenalina encendida por el feriado.
A pesar del corto feriado, pasamos un fin de semana encantador, lleno de
sonrisas, sorpresas y grandes momentos. Gracias a nuestra anfitriona Pitty,
quien cada año nos trata de maravilla y nos deja con ganas de siempre querer
volver.
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