miércoles, 2 de mayo de 2012

Momentos que pasan.




¨Los mejores momentos pueden surgir de la nada, por eso lo más importante de vivir, es hacerlo sin planes.¨


Días atrás un desconocido viajero publica en el grupo de mi ciudad su anticipada llegada después de visitar un poco la costa sur del país. Como es de costumbre ya varias respuestas positivas tenía; así que, como buenos anfitriones que debemos ser, dirigí mis pensamientos a aquel mensaje.

Un norteamericano de descendencia Hindú, era el autor de dicha publicación. Su recorrido inicial era visitar las playas de Puerto López y Montañita, para luego terminar en la Perla del Pacífico, Guayaquil. Este estudiante de intercambio, reside en la ciudad de Quito, junto a otro grupo de jóvenes con el mismo sistema.

Llegó Sahil a la ciudad el lunes por la tarde, junto con sus dos compañeras de viaje, Erica y Sarah, dos chicas muy amables, quienes también son estudiantes de intercambio de los Estados Unidos. Lamentablemente por circunstancias fuera de contexto, no pude hospedarlos en casa, como me hubiese gustado.
Su llamada fue el inicio del vuelo, desparecieron todo tipo de obstáculos y se activó la buena energía que nos caracteriza como costeños. Pero fue hasta el inicio de la noche, cuando al fin pude conocer a este fabuloso grupo de estudiantes. 
Una sonrisa y un abrazo, fueron las cualidades principales que hicieron desde el primer momento, una noche de buena amistad.

Fue muy interesante poder conocer un poco acerca de cada uno de ellos. Sahil, estudia Sociología y Psicología, además es muy buen bailarín, le gusta conocer nuevas personas y aprender de cada cosa. Erica, una de sus compañeras y amiga de viaje, estudia Antropología, además en su tiempo libre trabaja como voluntaria en un hogar de niños de la calle, en Quito, una labor digna de admiración. Puede parecer un trabajo algo complicado, pero la bondad  y dulzura que transmiten sus ojos, hacen que cualquiera disfrute de su agradable compañía. Finalmente está Sarah, otra de sus compañeras; ella estudia español y sorpresivamente es la que mejor utiliza nuestro idioma, sobre todo para hacer bromas que siempre terminan matándonos de risa. 

Nos encontramos en Las Peñas, para enseñarles el lugar de donde había nacido nuestra urbe y además poder disfrutar del buen ambiente que este sitio nos presenta siempre. Invité también algunos amigos de CS, entre ellos Diana y Andrea, dos compañeras con gran experiencia y trayectoria dentro del CS GYE, pero sobre todo con un corazón enorme, además de ellas, también llegó un amigo de los chicos que también es Guayaquileño, su nombre es Mario, un loco excelente  y tres bolivianas muy buena onda y amables, que estaban viajando de la misma forma que los chicos y que también eran estudiantes en Quito.

Entre todos hicimos de la noche nuestra mejor aliada y emprendimos la caminata hacía el bar La Culata, donde las sorpresas y emociones se hacían evidentes a cada segundo. Desde el son cubano, hasta la cumbia colombiana, toda una mezcla de ritmos tropicales, fueron melodías esenciales de nuestra noche y ante un vuelo de diversión inesperado, todos nos dejamos contagiar por la buena energía del lugar.

Al final, una lluvia de sonrisas nos empapó de buenas anécdotas, como insectos fugaces y personas con un baile difícil de parar. Espero que lleven un recuerdo muy especial de Guayaquil y que durante su tiempo de estadía en nuestro país, la vuelva a visitar. 

Lejos de aquí, cerca de allá.


¨No sabemos dónde iremos, ni como llegaremos, pero el tiempo avanza y a cada minuto sorpresas tenemos.¨

Sin pensarlo, y sabiendo que consecuencias enfrentaría, emprendí un vuelo sin fronteras hasta el infinito de los cielos. Hay momentos en que desearíamos dejar todo y afrontar nuevos retos, queriendo conocer lo que se esconde detrás del miedo; no necesitamos de mucho, más que simple voluntad y un mar de entusiasmo para poder comenzar.
Este viaje prometía ser el inicio de una aventura más, sin embargo las circunstancias lo convirtieron en una desencadenada línea de tropiezos al pasar, los cuales al final y sin preocuparme más, terminaron siendo como una estrella fugaz.

Hay lugares que por más cerca que estén, pueden parecer tan lejanos, pero la verdad es que todo depende de la intensidad de anécdotas que puedas llegar a vivir. Mi destino Máncora, el motivo ninguno en especial. En realidad desde hace mucho tenía ganas de conocer, aquel lugar del que todos nunca paran de hablar, comparándola con mi siempre pequeño paraíso terrenal, Montañita.

Aparecí de repente sobre una máquina de latas, y sin mirar atrás el aparato empezó a marchar. El viento melodioso arrullaba mis sentidos, mientras un mar de figuras blancas en el cielo acrecentaba mis latidos, y es que observar la naturaleza mientras recorres el camino, es como pisar otro mundo en el que todo es más tranquilo. 
Desde el humedal guayaquileño, hasta el solitario desierto del norteño suelo peruano, solo 8 horas nos separaban, pero con cierto misterio, el amor a mi pequeño terreno o por el cierto problema que algunos de sus habitantes tenemos, casi no pude salir. Una traba en el registro de ciudadanía marcaba mi inexistencia como ecuatoriano. Los nervios empezaron a llegar y la oscuridad me comenzaba a agobiar. 
Rogué cual niño inquieto, por conocer lo que ya estaba descubierto, y aunque sin plata y ya casi ni aliento, mi ansiedad no se perdía en el intento. Logré pasar, logré entrar, a un mundo desierto que aunque por sangre sea el mismo al que estoy acostumbrado, sus paisajes y parajes son distintos bajo el cielo.

Máncora nos recibe con serenidad y una apacible paz, la cual pronto se convertiría en una interesante noche de lenguas para dialogar. Stefan el alemán loco que había pasado por casa días atrás, nos esperaba, y con toda normalidad y como si ya conociera todo el lugar, nos llevó directamente hacía donde sería nuestro sitio para soñar; un camping en medio de la nada, donde el sonido de los grillos eran nuestro canto nocturno de fiesta. 
Christian el dueño del pequeño espacio, nos invitó a otro camping donde un montón de extranjeros celebraban el cumpleaños de una delicada francesa; desde el estruendoso cheeeee, hasta el agradable parcero, cientos de dialectos distintos cruzaban sin sendero. Pastel, birra y buena compañía fue el recibimiento que Mancora nos tenía.

A la mañana siguiente, el sol resplandeciente nos invitaba a continuar disfrutando de este paraíso en la costa del mar; recorrimos de norte a sur, de este a oeste un pequeño pueblo que siempre se mostraba muy prudente. La playa lucía esplendida, parecía lleno de cristales formados por los rayos del sol y frente a ella un pelicano en pie de lucha, resguardando todo ese tesoro a las orillas del mar.


Patty la colombiana, Stefan el alemán, y yo el mono ecuatoriano, nos dedicamos a ser artistas por un día, y miles de fotos sacar. Un día lleno de emociones y sensaciones pues cuando llegó la hora de almorzar mucho tuvimos que improvisar, cosas raras y deliciosas que en medio del hambre no nos pudimos negar degustar. 

Llegaba la noche y una línea naranja incandescente se formaba al final del mar, diciéndonos adiós este día está por terminar. Patty quien inesperadamente sin dinero se quedó buscaba con optimismo un lugar donde trabajar.
Era mi última noche y algo tranquilo era nuestro plan, sin mucho dinero y ganas de pasarlo bien, una botella de pisco compramos para beber. Junto al mar y con el sonido relajante de las olas, la noche transcurría y mi mente en agonía transmitía la tristeza de dejar toda esa paz.

Fui el primero en despertar, listo para la ruta de regreso poder enfrentar; los chicos entre sueños sus mejores deseos me transmitieron y con gran melancolía y ganas de no marchar, me despedí de todo lo en dos días viví en aquel lugar.
Mientras volvía al fin pude conocer, la belleza de la naturaleza peruana, donde se combinan  áridas y cuarteadas montañas en cuyo fin apenas empieza en el mar.

Fui el primero en despertar, listo para la ruta de regreso poder enfrentar; los chicos entre sueños sus mejores deseos me transmitieron y con gran melancolía y ganas de no marchar, me despedí de todo lo en dos días viví en aquel lugar.
Mientras volvía al fin pude conocer, la belleza de la naturaleza peruana, donde se combinan  áridas y cuarteadas montañas en cuyo fin apenas empieza en el mar.