miércoles, 2 de mayo de 2012

Lejos de aquí, cerca de allá.


¨No sabemos dónde iremos, ni como llegaremos, pero el tiempo avanza y a cada minuto sorpresas tenemos.¨

Sin pensarlo, y sabiendo que consecuencias enfrentaría, emprendí un vuelo sin fronteras hasta el infinito de los cielos. Hay momentos en que desearíamos dejar todo y afrontar nuevos retos, queriendo conocer lo que se esconde detrás del miedo; no necesitamos de mucho, más que simple voluntad y un mar de entusiasmo para poder comenzar.
Este viaje prometía ser el inicio de una aventura más, sin embargo las circunstancias lo convirtieron en una desencadenada línea de tropiezos al pasar, los cuales al final y sin preocuparme más, terminaron siendo como una estrella fugaz.

Hay lugares que por más cerca que estén, pueden parecer tan lejanos, pero la verdad es que todo depende de la intensidad de anécdotas que puedas llegar a vivir. Mi destino Máncora, el motivo ninguno en especial. En realidad desde hace mucho tenía ganas de conocer, aquel lugar del que todos nunca paran de hablar, comparándola con mi siempre pequeño paraíso terrenal, Montañita.

Aparecí de repente sobre una máquina de latas, y sin mirar atrás el aparato empezó a marchar. El viento melodioso arrullaba mis sentidos, mientras un mar de figuras blancas en el cielo acrecentaba mis latidos, y es que observar la naturaleza mientras recorres el camino, es como pisar otro mundo en el que todo es más tranquilo. 
Desde el humedal guayaquileño, hasta el solitario desierto del norteño suelo peruano, solo 8 horas nos separaban, pero con cierto misterio, el amor a mi pequeño terreno o por el cierto problema que algunos de sus habitantes tenemos, casi no pude salir. Una traba en el registro de ciudadanía marcaba mi inexistencia como ecuatoriano. Los nervios empezaron a llegar y la oscuridad me comenzaba a agobiar. 
Rogué cual niño inquieto, por conocer lo que ya estaba descubierto, y aunque sin plata y ya casi ni aliento, mi ansiedad no se perdía en el intento. Logré pasar, logré entrar, a un mundo desierto que aunque por sangre sea el mismo al que estoy acostumbrado, sus paisajes y parajes son distintos bajo el cielo.

Máncora nos recibe con serenidad y una apacible paz, la cual pronto se convertiría en una interesante noche de lenguas para dialogar. Stefan el alemán loco que había pasado por casa días atrás, nos esperaba, y con toda normalidad y como si ya conociera todo el lugar, nos llevó directamente hacía donde sería nuestro sitio para soñar; un camping en medio de la nada, donde el sonido de los grillos eran nuestro canto nocturno de fiesta. 
Christian el dueño del pequeño espacio, nos invitó a otro camping donde un montón de extranjeros celebraban el cumpleaños de una delicada francesa; desde el estruendoso cheeeee, hasta el agradable parcero, cientos de dialectos distintos cruzaban sin sendero. Pastel, birra y buena compañía fue el recibimiento que Mancora nos tenía.

A la mañana siguiente, el sol resplandeciente nos invitaba a continuar disfrutando de este paraíso en la costa del mar; recorrimos de norte a sur, de este a oeste un pequeño pueblo que siempre se mostraba muy prudente. La playa lucía esplendida, parecía lleno de cristales formados por los rayos del sol y frente a ella un pelicano en pie de lucha, resguardando todo ese tesoro a las orillas del mar.


Patty la colombiana, Stefan el alemán, y yo el mono ecuatoriano, nos dedicamos a ser artistas por un día, y miles de fotos sacar. Un día lleno de emociones y sensaciones pues cuando llegó la hora de almorzar mucho tuvimos que improvisar, cosas raras y deliciosas que en medio del hambre no nos pudimos negar degustar. 

Llegaba la noche y una línea naranja incandescente se formaba al final del mar, diciéndonos adiós este día está por terminar. Patty quien inesperadamente sin dinero se quedó buscaba con optimismo un lugar donde trabajar.
Era mi última noche y algo tranquilo era nuestro plan, sin mucho dinero y ganas de pasarlo bien, una botella de pisco compramos para beber. Junto al mar y con el sonido relajante de las olas, la noche transcurría y mi mente en agonía transmitía la tristeza de dejar toda esa paz.

Fui el primero en despertar, listo para la ruta de regreso poder enfrentar; los chicos entre sueños sus mejores deseos me transmitieron y con gran melancolía y ganas de no marchar, me despedí de todo lo en dos días viví en aquel lugar.
Mientras volvía al fin pude conocer, la belleza de la naturaleza peruana, donde se combinan  áridas y cuarteadas montañas en cuyo fin apenas empieza en el mar.

Fui el primero en despertar, listo para la ruta de regreso poder enfrentar; los chicos entre sueños sus mejores deseos me transmitieron y con gran melancolía y ganas de no marchar, me despedí de todo lo en dos días viví en aquel lugar.
Mientras volvía al fin pude conocer, la belleza de la naturaleza peruana, donde se combinan  áridas y cuarteadas montañas en cuyo fin apenas empieza en el mar.

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