martes, 19 de noviembre de 2013

UNA VUELTA POR PUERTO ENGABAO

¿Cómo es que un lugar con un nombre tan exótico puede evidenciar un tipo de belleza abstracta, perfecta para esconderse del cotidiano ajetreo social? En respuesta a eso, la naturaleza nos permitió alternar entre los sonidos del mar y relajarnos en un lugar de infinita paz llamado, Puerto Engabao.

Según Coelho, "La adrenalina y el estrés de una aventura valen más que mil días de tranquilidad". En mi proceso de auto descubrimiento personal, la mezcla de ambas emociones en un lugar como Puerto Engabao, dieron como resultado perfectos espasmos de armoniosa tranquilidad.

El Puerto Engabao es un lugar netamente artesanal, donde aun se mantienen vivas las costumbres y tradiciones costeras. Su principal actividad económica siempre ha sido la pesca y actualmente como medida de desarrollo, se está implementando el turismo.




Para prueba de ello, a lo largo de la calle principal del pueblo en dirección hacia el faro, la mayoría de casas y edificaciones más grandes brindan una especie de turismo comunitario, apoyado por el Comité de Desarrollo y Gestión para el Turismo Comunitario, entidad que asegura que dicha comunidad "estará pronto en capacidad de convertirse en un destino turístico de renombre". Lo cual espero no sea tan pronto, pues se perdería la magia, transparencia e inocencia que sus habitantes irradian al hablar.




Puerto Engabao se encuentra casi a dos horas y medias de viaje desde Guayaquil, tomando dos buses: uno hasta Villamil Playas ($2,75) y desde ahí otro hasta el destino final ($0.75). Lamentablemente, el salir tarde desde la urbe porteña nos complicó un poco la llegada, así que desde Playas, casi al estilo de hacer dedo, tomamos una última camioneta que se dirigía hasta Engabao y luego otra camioneta hasta Puerto. Afortunadamente los caminos son relativamente cortos.

Una vez llegados, un palpitar de luces de colores se divisaban a lo largo de la playa, gobernadas por el impotente faro, quienes en conjunto abrían paso a los caminos de los flamantes pescadores que regresaban de su jornada de trabajo. Por las noches esta comercial playa se convierte en una especie de mercado improvisado, donde convergen todo tipo de personas, para descargar, seleccionar, distribuir y vender toda la pesca recién llegada de océano pacífico. 

Calles silenciosas y serenas, llenas de polvo y olvidados residuos de asfalto; escasa vegetación, y extraños paisajes de difícil entendimiento, por la aridez del terreno donde se encuentra asentada esta población; una extensa playa de enardecidas olas, ideal para los apasionados del surf, y de los deportes extremos; pesca y variada gastronomía marina. Son parte de las bellezas que ofrece este paradisíaco lugar, cuya magia se puede solo observar a través de los ojos del alma. 

Durante el día visitamos el Faro, caminamos por la playa, intentamos hacer "acroyoga" y aunque mi compañero de viaje es un experto, el estado risueño en el que estábamos no nos permitió la concentración necesaria para concertarlo, así que al final decidimos dejar que el sol hiciera de las suyas y nos abrazara ardientemente con su poder, para luego desquitar todo ese ardor infernal como un exquisito almuerzo casero.






Sin duda la cordialidad y amabilidad de los nativos, hacen de este un destino imperdible para los que buscan algo de aventura y tranquilidad al mismo tiempo. Tuvimos un fin de semana lleno de silencio y espontáneas risas, provocadas por el entorno natural que nos rodeaba. Se precisa tener un alto grado de humildad, orgullo, pasión por la aventura y amor por la vida, para visitar lugares como éste, donde el tiempo transcurre lento, pero con gran seguridad y satisfacción. 

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