martes, 10 de diciembre de 2013

¡Que Viva Quito! una vez más


Una vez más fui presa fácil de la inseguridad y por poco arruina mi fin de semana. Desde hace algunos días atrás había decidido que viajaría y continuaría con la tradición anual de presenciar las fiestas de Quito, desde el alto frío capitalino. Sin embargo, cuando llegó el día, la ansiedad me llevó a analizar detenidamente lo que sería un fin de semana que empezaba a tonarse inseguro.

Lo cierto es, que después de consultar con algunas conciencias, algunas buenas y otras en búsqueda de su identidad, decidí arriesgarme y dejar que la improvisación se adueñe de mis sentidos y les de la libertad de actuar inconscientemente. 

Llegué el sábado por la mañana, un día después de haber finalizado las fiestas por los 479 de Fundación de la capital del Ecuador. Un sol resplandeciente me recibía, como tratando de calmar mi incertidumbre con algo de calor costeño y enmudeciendo mi brutal pensamiento con su hipnotizante escenario montañoso.

Tan pronto como tuve contacto nuevamente con el mundo, me fui a casa de Adri, quien sería mi "host" por el fin de semana. Una vez instalado, procedí a encontrarme con aquellas dos argentinas que hace 15 días atrás había hospedado en mi casa de Esmeraldas, y hace 30 días atrás en Guayaquil. Este sería nuestro tercer y por el momento último encuentro, así que intentamos disfrutar cada segundo. 

Luego del típico y parcializado abrazo y del tradicional rememoramiento de los últimos momentos vividos, caminamos durante un largo tramo, abrazados por la brisa refrescante del páramo andino, observando cada una de las particularidades de la capital, y conversando acerca de lo que haríamos durante el finde.


Y así, ya casi sin aire y con el pulmón en la mano, llegamos hasta la casa de Tito, el árabe del cual otra de mis amigas guayacas suspira momentáneamente. Subimos una loma de apenas tres cuadras y un centenar de escalones, un verdadero desafío para alguien de la costa como yo.  No obstante, la recompenza tan fiel al esfuerzo fue un deleite de emociones, al poder contemplar desde las alturas medievales, la casa de la selección ecuatoriana y parte del centro-norte de la ciudad.




La noche fría pronto perdería intensidad, luego de probar unos mates argentinos bien cargados que nos harían reavivar el ánimo. Media hora después ya estábamos listos para continuar con la fiesta, y que mejor oportunidad que celebrando el cumpleaños de una muy querida amiga alemana, quien un año atrás había vivido en Guayaquill por tiempo y que actualmente por cosas del destino tuvo que parar en Quito. Su cumpleaños fue una gran oportunidad para estrechar lazos amistad y reforzar el encuentro .

La entrada a casa de Lena (la cumpleañera) tenía un aspecto parecido al de un centro comercial. Un pasillo de casi 1 km de longitud, adornado por cientos de luces navideñas, que le daban un toque mágico y pintoresco en medio del ensordecedor silencio que lo animaba. Al llegar a la fiesta, en el piso 6to. del condominio, una latente sonrisa nos dio la bienvenida y nos incitó a hacer lo que mejor nos sale, divertirnos!!!

Fue una fiesta de altura, no solo por el hecho de haber sudado la gota gorda a mas de 2.800 msnm, si no también por la generosidad y camaradería con la que fuimos recibidos. Comimos, bailamos, reímos, volamos y al final dimos rienda suelta a ciertos placeres que en la cotidianidad nos cohíben.

Al siguiente día el "chuchaqui" se manifestó en algunos más que en otros. Por mi lado, tenía más cansancio por mi acelerado esfuerzo al respirar, que por lo vivido la noche anterior. Durante todo el día pasamos holgazaneando y rememorando momentos de la noche anterior que habíamos perdido en el espacio. Fue un final perfecto, de esos que normalmente te dejan con ganas de más.













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